La civilización babilónica dejó una profunda huella en el mundo antiguo gracias a sus innegables logros culturales, influencia que se dejó sentir de un modo particular entre los hebreos y los griegos. La influencia babilónica, fiel seguidora de la cultura sumeria, se adivina claramente en las obras de poetas griegos como Homero y Hesíodo. También en el terreno tecnológico, como se puede ver en el matemático griego Euclides, tuvieron gran impacto. En la astronomía y astrología fueron pioneros. Incluso en la Biblia aparece a menudo la impronta babilónica.
La sociedad de Babilonia
La sociedad de Babilonia era altamente estratificada y se organizaba en torno a tres clases principales: el awilu, el mushkenu y el wardu.
Awilu
Representaban la clase alta y estaban compuestos por personas libres de estatus superior. Entre ellos se encontraban nobles, sacerdotes, funcionarios gubernamentales y grandes comerciantes. Los awilu disfrutaban de privilegios legales y económicos significativos. Tenían acceso a la propiedad de tierras y podían participar en decisiones políticas y religiosas. En el ámbito legal, las sanciones por delitos cometidos por o contra un awilu eran más severas, reflejando su posición privilegiada en la sociedad.
Mushkenu
Eran individuos libres pero de clase inferior en comparación con los awilu. A menudo trabajaban como artesanos, agricultores o comerciantes de menor escala. Aunque no gozaban de los mismos privilegios que la clase alta, los mushkenu tenían derechos legales y podían poseer propiedades. En cuestiones legales, las penalizaciones y compensaciones para ellos eran diferentes, generalmente menos severas, lo que indicaba su posición intermedia en la jerarquía social.
Wardu
Esta era la clase de los esclavos. Muchos wardu eran prisioneros de guerra, pero también podía caer en la esclavitud quienes no podían pagar deudas o cometían ciertos delitos. En casos extremos, familias en situaciones de extrema necesidad podían vender a sus hijos como esclavos. Los esclavos eran considerados propiedad de sus amos y podían ser marcados físicamente o castigados con azotes. Si intentaban huir y eran capturados, enfrentaban severas penalizaciones. Sin embargo, el sistema legal les otorgaba algunos derechos: podían realizar negocios, prestar dinero e incluso comprar su libertad. Además, si un esclavo se casaba con una persona libre y tenían hijos, estos hijos eran considerados libres, lo que ofrecía una vía para mejorar su estatus social.
La estructura legal de Babilonia, ejemplificada en el Código de Hammurabi, reflejaba estas distinciones de clase. Las leyes establecían diferentes sanciones y compensaciones según la clase social de las partes involucradas. Por ejemplo, una lesión causada a un awilu podía resultar en una sanción más severa que la misma lesión infligida a un mushkenu o un wardu.
La economía también estaba influenciada por esta estratificación. Los awilu controlaban gran parte de la riqueza, incluidas las tierras agrícolas y el comercio a gran escala. Los mushkenu participaban activamente en el comercio local y la artesanía, contribuyendo al desarrollo económico de las ciudades. Los wardu, aunque limitados por su condición, podían trabajar en diversas tareas, desde labores domésticas hasta proyectos de construcción y agricultura.
En cuanto a la vida cotidiana, la religión jugaba un papel central en la sociedad babilónica. Los templos no solo eran centros de culto sino también de administración y educación. Los sacerdotes, generalmente provenientes de la clase awilu, tenían una influencia considerable tanto espiritual como políticamente.
La posibilidad de movilidad social existía, aunque era limitada. Un mushkenu podía, a través del éxito en los negocios o el servicio al estado, mejorar su posición social. Para los esclavos, la oportunidad de comprar su libertad o tener hijos libres ofrecía esperanza de ascenso social para futuras generaciones.
La familia en Babilonia
La familia era el núcleo esencial de la sociedad babilónica, actuando como la base sobre la cual se construían las relaciones sociales, económicas y religiosas. Los matrimonios eran generalmente arreglados por los padres, quienes buscaban alianzas beneficiosas que fortalecieran las posiciones de ambas familias. El proceso matrimonial involucraba varias etapas formales y simbólicas.
El reconocimiento legal del matrimonio se concretaba cuando el novio ofrecía un regalo nupcial al padre de la novia, conocido como “terhatum”. Este obsequio no solo representaba una compensación económica, sino que también simbolizaba el compromiso y la seriedad del acuerdo. Para oficializar la unión, se redactaba un contrato en una tablilla de arcilla, detallando los términos del matrimonio, las obligaciones de ambas partes y cualquier cláusula especial, como dotes o acuerdos en caso de divorcio.
A pesar de que el matrimonio era visto inicialmente como un acuerdo práctico y contractual, las relaciones prematrimoniales clandestinas eran más comunes de lo que se podría suponer. Evidencias arqueológicas y textos de la época sugieren que los encuentros amorosos fuera del matrimonio existían y podían tener implicaciones sociales y legales, especialmente si resultaban en embarazos o afectaban el honor de las familias involucradas.
Las mujeres en Babilonia, aunque vivían en una sociedad predominantemente patriarcal, gozaban de ciertos derechos civiles significativos. Tenían la capacidad de poseer propiedades, administrar sus propios bienes y participar activamente en actividades comerciales. Podían celebrar contratos, prestar y tomar prestado dinero, y en algunos casos, manejar negocios familiares. Además, tenían el derecho de actuar como testigos en juicios, lo que les otorgaba una voz en asuntos legales y judiciales.
Sin embargo, estos derechos coexistían con limitaciones notables. El marido tenía la potestad de divorciarse de su esposa por razones relativamente triviales, como la incapacidad de tener hijos, descuido en las tareas del hogar o comportamiento considerado inapropiado. El divorcio podía llevarse a cabo de manera unilateral, y las consecuencias para la mujer variaban según las circunstancias y lo estipulado en el contrato matrimonial. En algunos casos, la mujer podía regresar a la casa paterna con su dote; en otros, podía enfrentarse a la pérdida de sus bienes o a una posición social disminuida.
Los hijos ocupaban un lugar central en la familia babilónica. Más allá de asegurar la continuidad del linaje, eran vistos como una inversión para el futuro. Los padres tenían la responsabilidad de educarlos y prepararlos para asumir roles productivos en la sociedad. Los varones podían recibir educación en escuelas de escribas o aprender oficios artesanales, mientras que las mujeres eran instruidas en habilidades domésticas y, en ocasiones, en artes y comercio, especialmente si provenían de familias de comerciantes o artesanos.
La religión y las tradiciones desempeñaban un papel crucial en la vida familiar. Los cultos domésticos eran comunes, y se rendía culto a deidades familiares y antepasados. Los rituales y festivales religiosos reforzaban los lazos familiares y comunitarios, y se creía que el bienestar de la familia estaba intrínsecamente ligado a la devoción y el cumplimiento de las obligaciones religiosas.
En términos legales, el Código de Hammurabi ofrecía un marco detallado sobre las relaciones familiares. Establecía normas sobre el matrimonio, el divorcio, la herencia y la adopción. Por ejemplo, protegía los derechos de las mujeres en ciertas situaciones, como el abandono injustificado por parte del esposo, permitiéndoles conservar su dote y regresar a la casa de su padre. También regulaba las obligaciones de los hijos hacia sus padres y establecía sanciones para quienes incumplieran sus deberes familiares.
Es importante destacar que, aunque existían clases sociales bien definidas, las dinámicas familiares podían variar según el estatus económico y social. Las familias de la clase awilu (libres de clase superior) tenían recursos y privilegios que les permitían una mayor flexibilidad en asuntos legales y económicos. Por otro lado, las familias de clases inferiores enfrentaban más restricciones y dependían en mayor medida de las decisiones de los miembros masculinos y de las tradiciones comunitarias.
Las Ciudades de Babilonia
Las ciudades de Babilonia fueron centros neurálgicos de una civilización que dejó una huella indeleble en la historia antigua. Se estima que las poblaciones de sus principales urbes fluctuaban entre los 10.000 y los 50.000 habitantes, cifras significativas para la época. Estas ciudades, como Babilonia, Ur, Nippur y Sippar, eran más que simples asentamientos; eran epicentros culturales, económicos y religiosos que reflejaban la complejidad y el avance de la sociedad babilónica.
Las calles de las ciudades babilónicas eran típicamente estrechas y serpenteantes, flanqueadas por altos muros que protegían las viviendas y mantenían la privacidad de sus habitantes. La ausencia de pavimento y sistemas de alcantarillado hacía que las vías fueran polvorientas en épocas secas y fangosas durante las lluvias, lo que complicaba el tránsito y contribuía a condiciones insalubres. A pesar de estas limitaciones, las calles estaban vivas con la actividad cotidiana: comerciantes ofreciendo sus productos, artesanos trabajando en talleres abiertos y ciudadanos participando en la vida comunitaria.
La arquitectura residencial variaba según el estatus socioeconómico de las familias. La vivienda promedio consistía en una estructura de una sola planta construida con ladrillos de barro secados al sol, el material de construcción predominante debido a la escasez de piedra y madera en la región mesopotámica. Estas casas tenían varias habitaciones dispuestas alrededor de un patio central, que servía como fuente de luz natural y ventilación, además de ser un espacio para actividades domésticas y sociales. Las paredes interiores estaban a menudo encaladas o adornadas con sencillos relieves y pinturas.
Por otro lado, las familias más acaudaladas podían permitirse residencias más amplias y elaboradas. Sus casas de dos pisos contaban con diez o doce habitaciones, ofreciendo un mayor grado de comodidad y privacidad. Los muros tanto interiores como exteriores podían estar revestidos con ladrillos esmaltados o decorados con inscripciones y motivos religiosos. La planta baja generalmente albergaba las áreas de servicio, como cocinas y almacenes, y en ocasiones incluía una habitación dedicada al culto doméstico, donde se veneraba a las deidades familiares o se rendía homenaje a los antepasados.
El mobiliario en los hogares babilónicos reflejaba la artesanía y los recursos disponibles. Las mesas bajas eran comunes, utilizadas tanto para comer como para realizar diversas tareas. Las sillas con respaldo, aunque más costosas, proporcionaban comodidad y eran símbolo de estatus. Las camas consistían en armazones de madera sobre los cuales se colocaban esteras o colchones rellenos de lana o paja. Los textiles, como alfombras y tapices, también decoraban los interiores, aportando color y calidez.
Los utensilios domésticos eran variados y fabricados con diferentes materiales según su uso y el nivel económico de la familia. La vajilla de arcilla era la más común, empleada para cocinar y almacenar alimentos. Las piezas de piedra, cobre y bronce eran más duraderas y a menudo se reservaban para ocasiones especiales o para familias adineradas. Además, los cestos y arcas de caña y madera servían para guardar bienes y alimentos, demostrando la habilidad de los artesanos en el trabajo con materiales naturales.
Las ciudades también contaban con edificaciones públicas y religiosas de gran importancia. Los zigurats, imponentes estructuras escalonadas, dominaban el horizonte urbano y servían como templos dedicados a las deidades principales. Estos monumentos no solo eran centros de culto, sino que también actuaban como observatorios astronómicos y simbolizaban la conexión entre el cielo y la tierra.
La vida en las ciudades babilónicas estaba profundamente influenciada por la religión y las tradiciones. Los mercados eran lugares vibrantes donde se intercambiaban bienes locales y exóticos, reflejando el papel de Babilonia como un cruce de caminos comerciales. Artesanos, comerciantes y agricultores convergían en estos espacios, fomentando una economía dinámica y diversa.
La ausencia de sistemas de alcantarillado y pavimentación presentaba desafíos sanitarios. Los desechos a menudo se acumulaban en las calles o se arrojaban a canales abiertos, lo que podía propiciar la propagación de enfermedades. Sin embargo, existen evidencias de que algunas ciudades implementaron sistemas rudimentarios de drenaje y gestión de aguas residuales, mostrando una preocupación incipiente por la higiene pública.
En cuanto a la iluminación y el agua, las lámparas de aceite eran esenciales para iluminar los hogares después del anochecer. El agua se extraía de pozos y ríos cercanos, y su distribución era fundamental para la vida diaria y las actividades agrícolas.
Las murallas que rodeaban las ciudades no solo servían para la defensa contra invasores, sino que también delimitaban el espacio urbano y controlaban el acceso. Las puertas de la ciudad, como la famosa Puerta de Ishtar en Babilonia, eran puntos de entrada monumentales decorados con relieves y cerámica vidriada, reflejando el poder y la riqueza de la ciudad.
La educación y la escritura tenían un lugar destacado en la sociedad babilónica. Las escuelas de escribas formaban a jóvenes en el complejo sistema cuneiforme, permitiendo la administración eficaz de comercio, leyes y literatura. Las bibliotecas almacenaban tablillas de arcilla con conocimientos en matemáticas, astronomía, medicina y literatura épica, como el “Poema de Gilgamesh“.
Tecnología babilónica
Los babilonios heredaron buena parte de su cultura de los sumerios. Y lo mismo puede decirse de los aspectos tecnológicos. El mantenimiento del sistema de canales, diques, presas y depósitos construidos por sus predecesores requería de un considerable conocimiento y capacitación. La preparación de mapas, informes y proyectos no podían llevarse a cabo sin la utilización de instrumentos de nivelación y de medición. Los babilonios, que también destacaron en las matemáticas, utilizaban el sistema sexagesimal sumerio de numeración, mediante un útil dispositivo denominado notación lugar-valor, parecido al actual sistema decimal.
La agricultura era otra de sus principales ocupaciones, donde la previsión, diligencia, destreza y método también ponía de relieve su dominio tecnológico. Un documento escrito en sumerio, recientemente traducido, y utilizado como libro de texto en las escuelas babilónicas, ha resultado ser un verdadero almanaque del agricultor, registrando una serie de instrucciones y direcciones para guiar las actividades de la granja, desde el riego de los campos hasta el aventamiento de los cultivos cosechados.
Los artesanos babilonios eran diestros en la metalurgia, en los procesos de abatanado, blanqueo y tinte, así como en la preparación de pinturas, pigmentos, cosméticos y perfumes. En el campo de la medicina, tenían amplios conocimiento sobre cirugía que, al parecer, se practicaba frecuentemente, tal como está escrito en el código de Hammurabi, donde se le dedican varios párrafos. También se supone que hubieron avances en la farmacopea, aunque la única prueba que lo certifica procede de una tablilla sumeria escrita algunos siglos antes del reinado de Hammurabi.