El mito de la Guerra de Troya

El mito de la Guerra de Troya
El incendio de Troya, por Juan de la Corte

El mito de Troya

Según la tradición Troya fue fundada por Ilio, hijo de Dárdano. Más tarde llegó al trono un descendiente de Ilio, Príamo. Pero su esposa, Hécuba, la cual estaba embarazada, soñó que daba a luz un haz de leña del que salían serpientes de fuego. Hécuba despertó de esta pesadilla gritando que Troya ardía, y de ahí viene la expresión «Arde Troya».

Rápidamente se llamó a un adivino para que interpretase el sueño, quien dictaminó que nacería un niño que causaría la ruina de la ciudad, por lo que había que acabar con él antes de que creciese.

Una vez nacido el bebé los reyes fueron incapaces de matarlo, por lo que se lo entregaron a un pastor, Agelao, para que le diese muerte. Sin embargo, Agelao se apiadó de él y decidió darle el nombre de Paris y cuidarlo en su casa en secreto. Más tarde a este niño también se le llegaría a conocer como Alejandro.

El origen de la Guerra de Troya

Años después, Peleo, el gobernante de un pequeño reino del norte de la Grecia continental, se encontraba celebrando su boda con la ninfa Tetis. Al banquete se presentó la diosa de la discordia, Éride, quien arrojo a la mesa una manzana de oro a la mesa con la leyenda: «para la más bella».

Hera, Atenea y Afrodita creyeron que esa manzana era para ellas, y ante la falta de acuerdo Zeus decidió que lo eligiese Paris.

El joven troyano se encontraba pastoreando cuando las tres diosas se le presentaron prometiéndole un don si le entregaba la manzana de la discordia. La oferta que más atrajo a Paris fue la de Afrodita. La diosa le prometió que si le daba la manzana a ella se ganaría el corazón de Helena, considerada la mujer más hermosa de Grecia y que estaba casada con el rey de Esparta, Menelao.

La decisión de Paris en favor de Afrodita le granjeó la ira de las otras dos diosas, quienes empezaron a planear la destrucción de la ciudad de Troya.

Por entonces, Agelao, ante las dudas de quien era el niño que vivía con él se vio obligado a confesar que era Paris, cosa que provocó una gran alegría en Príamo, que decidió olvidar los malos augurios y acogerlo en su palacio.

El rapto de Paris

La oportunidad para que Afrodita cumpliese su promesa se presentó cuando Paris fue enviado por su padre en embajada a Esparta. Fue entonces cuando la diosa enamoró a Helena del joven príncipe y consiguió que se fugase con él.

Rápidamente los griegos exigieron la devolución de Helena, algo a lo que Príamo se negó, esgrimiendo que años atrás su propia hermana, Hesíone, había sido raptada por un noble griego.

La coalición griega

Ante esto, Agamenón, rey de Micenas y hermano de Menelao, sabiéndose el monarca micénico más poderoso envió embajadas a todos los reinos del mundo friego para que participasen en un guerra contra Troya. Muchos de los reyes micénicos aceptaron, ya que estaban comprometidos con Menelao por un juramento anterior.

Además, las batallas permitían quedarse con parte del botín del derrotado y por todos era conocida la riqueza de la ciudad de Troya.

Entre los principales aliados que se unieron a Menelao y Agamenón se encontraban Nestor, rey de Pilos; Ayax de Salamina; Ulises de Ítaca; el rey de Argos, Diomedes o Idomeneo de Creta. Antes de partir, la coalición consultó a Calante, adivino y sacerdote de Apolo, sobre el futuro de los acontecimientos, a lo que Calante respondió que era imposible tomar Troya sin la participación de Aquiles, rey de los mirmidones.

Aquiles era hijo de Peleo y de la ninfa Tetis, y por ser más joven no había hecho el pacto del resto de reyes con Agamenón, además se sentía ofendido por el rey de Micenas después de que este le arrebatase a su concubina. Fue Ulises quien tras hablar con Aquiles consiguió que este y sus guerreros se uniesen a la expedición.

Así los griegos o aqueos, como los llama Homero, se reunieron en el puerto de Áulide, bajo el mando de Agamenón, con una flota que según la Íliada era de 1000 barcos. Desde allí pusieron rumbo a Troya, pero se equivocaron de lugar y desembarcaron en Misia, una región algo más al sur de Troya.

Tras percatarse del error pusieron rumbo a Troya, pero una tempestad dispersó los barcos por el Egeo, se reagruparon de nuevo en Áulide y por consejo de Calcante Agamenón sacrificó a su hija Hifigenia. según unas fuentes, aunque según otras lo que sacrificó fue una cierva.

Los aqueos en Troya

Tras arrasar y saquear la isla de Ténedos los aqueos enviaron una embajada al rey troyano para que devolviese a Helena, algo a lo que nuevamente Príamo se negó. El enfrentamiento era ya inevitable y la flota griega atracó sus naves cerca de Troya y se lanzaron al combate contra el ejército de Troya que había salido a su encuentro.

El empuje de los aqueos hizo a los troyanos retroceder y tomar la decisión de refugiarse en las murallas de la ciudad. Los griegos entonces tomaron la decisión de sitiar Troya. Extendieron sus naves por la playa protegiéndolas con una empalizada y se dispusieron a esperar.

Pronto se dieron cuenta que la rendición de Troya no sería algo sencillo, pues los troyanos recibían ayuda de los pueblos aliados vecinos que les proporcionaban suministros. Pero los aliados no solo le proporcionaban a Troya víveres, sino también soldados, de tal forma que trascurridos 10 años Príamo había conseguido reunir un gran ejército.

Entre las filas del ejército Troyano se encontraban valerosos héroes como Héctor, el primogénito del rey, o Eneas, quien posteriormente se convertiría en rey de Roma. También contaban con Paris, que aunque no destacaba en la lucha cuerpo a cuerpo, era un fenomenal arquero.

Los soldados de Troya salían con frecuencia de las murallas al encuentro de los guerreros, quienes acudían a su encuentro montados en carros desde su campamento de la playa. Sin embargo, ninguno de estos enfrentamientos era decisivo y la guerra se eternizaba. Al igual que en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, los combates singulares entre héroes aqueos y troyanos tampoco tenían un desenlace claro.

Ante una guerra interminable los dioses griegos al final se vieron involucrados en los sucesos. Afrodita, Ares y Apolo prestaron su apoyo a la ciudad de Troya, mientras que Hera y Atenea, enemistadas con Afrodita desde el incidente de la manzana, se decantaron por la confederación de griegos.

La intervención de Aquiles en la Guerra de Troya

Pero los aqueos contaban con un gran handicap. Aquiles, molesto con Agamenon, se negaba a entrar en combate, pero las cosas cambiaron cuando el rey de los mirmidones se enteró que Héctor había matado a su amigo Patroclo. Rápidamente Aquiles buscó venganza. No sin esfuerzo, Aquiles mató a Héctor y arrastró su cadáver por las cercanías de Troya.

La furia de Aquiles era tal que Príamo tuvo que suplicarle que le devolviese a su hijo para enterrarle como se merecía, algo a lo que el rey de los mirmidones solo accedió tras recibir parte del tesoro real de Troya.

Con la muerte de Héctor la guerra se estaba volviendo desfavorable, por lo que decidieron pedir ayuda a la reina de las Amazonas, Pentelesia. Las amazonas eran un pueblo de mujeres guerreras, que vivían según algunas versiones en Tracia y según otras en Escitia, conocidas por su valor y su valía en la batalla.

Tras la petición de Troya, un ejército de Amazonas acudió en su ayuda. A pesar de su destreza, Pentelesia murió a manos de Aquiles, lo que hizo que Príamo tuviese que pedir nuevamente ayuda. En este caso a su hermano Titono, monarca de un reino oriental.

Nuevamente Aquiles decidió la contienda en favor de los aqueos y derrotó a Titono. Por entonces, los troyanos se encontraban en franca desventaja, por lo que el dios Apolo, protector de Troya, intervino haciendo que una flecha lanzase por Paris impactase en el talón del rey Aquiles, la única parte vulnerable de su cuerpo.

Aquiles murió y los griegos celebraron unos juegos fúnebres tras quemar su cuerpo en una gran pira funeraria. En los juegos Ulises ganó las armas de Aquiles, lo que decepcionó a Ayax, rey de Salamina y primo de Aquiles, que le hacía mucha ilusión heredar tales armas. Tal fue su decepción que terminó por quitarse la vida lanzándose contra su propia espada.

Tiempo después Ulises entregaría las armar al hijo de Aquiles, Pirro o Neoptoleno, quien participó con ellas en los últimos enfrentamientos de la Guerra de Troya.

A pesar de las victorias cosechadas por Ulises, los griegos no habían tenido éxito en su idea de tomar Troya. Por su parte, el adivino Calcante predijo que Troya no podía caer si no era con la ayuda y las flechas que habían pertenecido a Hércules. Al conocer estos designios Agamenón llamó a Filoctetes, poseedor de las armas de Hércules en aquel momento y que vivía en la isla de Lemmos.

No tardó Filoctetes en coincidir con Paris y enfrentarse a él, matando de un flechazo al príncipe troyano y vengando así la muerte de Aquiles. Con la muerte de su pretendiente, Príamo propuso a Helena volver con Menelao, pero la bella griega era pretendida por otros príncipes troyanos, por lo que finalmente Príamo dictaminó que se quedase en Troya y que el afortunado pretendiente a quien debía corresponder su amor sería Deífobo, a pesar que helena no quería unirse con él.

El final de la Guerra de Troya

La decisión de Príamo en favor de Deífobo contrarió a los otros pretendientes. Uno de ellos informó a los griegos de que en Troya existía un ídolo sagrado, el Paladio, que era el encargado de proteger a Troya. Desde aquel momento los aqueos pretendieron hacerse con el Paladio y así dejar la ciudad desprotegida, pues consideraban que ese era el motivo por el que no podían tomar la ciudad.

Ulises, héroe griego enormemente astuto fue el encargado de idear un plan para robar el ídolo. Haciéndose pasar por un esclavo fugitivo Ulises consiguió entrar en la ciudad. Helena lo descubrió, pero como después de su nuevo compromiso con Deífobo deseaba regresar con los griegos no lo denunció.

Ulises robó el paladio y volvió con los aqueos pero esto no fue suficiente para poner fin a la guerra de Troya. Había que idear otro plan. Este no sería otro que hacer creer a los troyanos que los griegos desistían de luchar y se volvían a su patria. A la vez construirían un gran caballo de madera hueco para que en su interior se infiltrasen guerreros aqueos y hacer creer que se trataba de una ofrenda a la diosa Atenea.

El plan se ejecutó de la siguiente manera. Una vez terminada la construcción del caballo, obra que fue dirigida por Epeo, varios guerreros aqueos entre los que se encontraban Ulises, Menelao, Neoptolemo o Diomenes se ocultaron dentro de él.

Una vez se hizo la noche Agamenón ordenó levantar el campamento y hacer partir a las naves para hacer creer a los troyanos que se retiraban, a la vez que dejaban el gran caballo en la costa.

A la mañana siguiente los troyanos efectivamente vieron el gran caballo con una inscripción dedicada a Atenea y que las naves habían partido. Sin embargo no se habían vuelto a casa como ellos pensaban, sino que estaban escondidas entre pequeñas islas de las cercanías.

Llenos de alegría, los troyanos transportaron el caballo hasta la ciudad subido en unos rodillos, pero era tan grande que no cabía por la puerta, por lo que hubieron de derruir un tramo de la muralla que después reconstruyeron para que entrase el caballo.

Una vez fue introducido el caballo en la ciudad, Casandra, hija de Príamo y adivina que había vaticinado en varias ocasiones un final trágico para Troya, intuyó que dentro del caballo se escondía un gran peligro, algo que también pensaba Laocoonte, un sacerdote del dios Apolo. Esto último, además decidió realizar un sacrificio de un toro, pero dos enormes serpientes surgieron del mar y asfixiaron a sus dos hijos y al propio Laocoonte, hecho que los troyanos interpretaron como un castigo de Atenea por negarse a introducir el caballo en la ciudad.

En esta situación se encontraban los habitantes de Troya cuando los aqueos pusieron en marcha la siguiente fase de su plan. Un guerrero griego fue capturado por los troyanos y al ser interrogado dijo llamarse Sinón y que había escapado del campamento griego antes de la partida debido a que Ulises había pensado ofrecerle como sacrificio a los dioses.

En realidad este supuesto guerrero era un aqueo que había quedado en tierra a propósito con la esperanza que debido a que se trataba de un desertor aqueo fuese acogido por los troyanos, como así sucedió.

Sinón afirmó que los griegos, cansados de la guerra, habían partido de vuelta a su país dejando un caballo como ofrenda a la diosa Atenea para aplacar su ira por robar el Paladio. El caballo, según Sinón, había sido construido en gran tamaño para que no entrase por las puertas de la ciudad y no se le pudiesen quedar los troyanos.

Las palabras de Sinón, unido al castigo de Laocoonte convencieron a los troyanos de la huida griega, algo que fue celebrado por todo lo alto hasta bien entrada la noche hasta que se quedaron dormidos. Entonces Sinón encendió una hoguera para avisar a los barcos fondeados en las islas próximas y que pusiesen fondo a la costa troyana.

Cuando los barcos fondearon silenciosamente Sinón se dirigió hasta el caballo avisó a los héroes de su interior, quienes abrieron una pequeña escotilla, descendieron y mataron a los centinelas que dormían. Después abrieron las puertas de la muralla de Troya, por lo que el resto de griegos tenían el campo despejado para arrasar la ciudad. Comenzaba así la destrucción de Troya.

Príamo y sus hijos varones al igual que la mayoría de habitantes de Troya fueron ejecutados, mientras que muchas mujeres se convirtieron en esclavas. La reina, Hécuba, su hija y la esposa de Héctor fueron hechas prisioneras. Solo unos pocos pudieron huir. Entre los afortunados se encontraban Antenor, un noble troyano que según la leyendo volvió a fundar una nueva Troya sobre las ruinas de la anterior, y Eneas, quien se convertiría tiempo después en rey al casarse con la hija de Latino.

Acabada la guerra de Troya los héroes aqueos emprendieron el regreso a casa con suerte desigual.  Néstor y Neoptoleno llegaron sin mayores contratiempos a su patria. Agamenón fue asesinado por su esposa, Clitemnestra nada más volver, para que no se interpusiera entre ella y su amante, Egisto. A Diomedes también le sucedió algo parecido a su regreso a Argos. Pero sin duda, el más conocido de todos los viajes es el realizado por Ulises en su vuelta a Ítaca.