Los primeros intentos por descubrir Troya
A mediados del XVIII aumentó el interés por las antiguas Grecia y Roma, se pusieron en marcha estudios de sus vestigios arqueológicos y algunos aventureros trataron de identificar las ruinas de la ciudad de Troya.
Las principales fuentes en esta búsqueda eran las obras de autores griegos, en las que se ofrecían algunos datos, aunque poco concretos, sobre su localización. Pues de ellas lo único seguro que se podía extraer era que se encontraba en la esquina noroeste de la actual Turquía, pues datos como el caballo de Troya poco ayudaban a su identificación, por no decir que era prácticamente imposible que se conservase.
También existían mapas con el trazados de las vías romanas y los lugares por las que estas pasaban. Así en una de estas se mencionaba un asentamiento llamado Ilium Novum, que tal vez podría tratarse de la antigua Ilión. Para desgracia de quienes intentaban su búsqueda, en el lugar que el mapa indicaba Ilium Nova no había ningunas ruinas visibles.
En 1776, Choiseul-Gouffier, un diplomático y aristócrata francés, por aquel entonces embajador de Francia en Constantinopla, propuso que la antigua Troya se encontraban en Bunarbashi, también llamado Pinarbashi. En concreto en un montículo que se encontraba a una decena de km de la costa. Su más estrecho colaborador, J. B. Lechevalier ayudó a popularizar esta creencia que llegó a tener ciertos adeptos entre el helenismo del XIX.
En 1801, E. D. Clark y J. M. Cripps plantearon que Troya se encontraba en una colina que recibía el nombre de Hissarlik, ya que este montículo se encontraba próximo a la costa y el estrecho de los Dardanelos. Años más tarde este enclave también sería el propuesto por el editor Ch. Mclaren. Además, hay que tener en cuenta que Hissarlik se encontraba entre los ríos Menderes y Dumrek, que podrían tratarse de los ríos Simois y Escamandro que citaba Homero en su obra.
Sin embargo todas estas teorías eran vistas con cierto escepticismo dentro del mundo académico, ya que se veía a todas estas personas como aventureros y no como científicos.
Pero entonces, a mediados del XIX, gracias a la descripción de la obra de Pausanias se identificó Micenas, la capital de Agamenón, con lo que disminuyeron los escépticos que pensaban que las ciudades mencionadas por los autores clásicos solo existieron en la mente de su creador.
Animados por este avance, el diplomático austriaco, J. G.Von Hahn comenzó a excavar en una pequeña colina cercana a Bunarbashi, el lugar propuesto años antes por Choisel-Gouffier para las ruinas de Troya. Como podemos imaginar los trabajos de Von Hahn resultaron infructuosos, ya que allí no había nada.
La identificación de Hissarlik como la antigua Troya
Habría que esperar a Charles Newton para que se empezase a tomar en serio la colina de Hissarlik como el lugar real de la ubicación de la mítica Troya. Newton, que previamente había estudiado la cerámica de Micenas estableció contactos con el cónsul estadounidense en los Dardanelos, Frank Calvert, partidario de excavar en Hissarlik. Tal era su empeño que llegó a comprar parte de la colina y comenzó a realizar pequeños trabajos de reconocimiento.
A pesar de la simpleza de sus excavaciones, Calvert comprobó que Hissarlik se trataba de una colina artificial formada por ruinas de estructuras antiguas. Conocer de la importancia del sitio buscó financiación en Inglaterra, pero no obtuvo ninguna ayuda.
Fue entonces cuando en el camino de Calvert se cruzó un acaudalado hombre de negocios alemán aficionado a la arqueología llamado Heinrich Schliemann.
Schliemann y el comienzo de las excavaciones
Schliemann había viajado a Turquía con la intención de demostrar que los hechos narrados en la Ilíada eran ciertos. Su experiencia por aquel entonces se limitaba a unas excavaciones superficiales en la isla de Ítaca en busca de la ciudad de Ulises. Tras aquel intento, Schlieman se desplazó hasta Bunarbashi pero entendió que en aquel lugar no podía haber enterrada ninguna ciudad.
Así las cosas, Schliemann se puso en contacto con Calvert. Este ayudó al rico alemán a conseguir los permisos de excavación y no le puso ninguna objeción para que excavase en la parte de la colina que había comprado.
H. Schliemann comenzó a excavar en Hissarlik en 1870. Su falta de conocimientos y experiencia en la arqueología provocó que continuará excavando hasta que encontró los restos más significativos, destruyendo los niveles anteriores.
Aún así encontró una fortaleza amurallada que parecía que fue destruida por un incendio, una rampa que pensó que sería la entrada a las «Puertas Esceas», por lo que sacó la conclusión que aquella fue la Troya que destruyeron los griegos. En realidad se trataba de la conocida como Troya II, un asentamiento mil años más antiguos que el que fue devastado por la guerra.
En cuanto el hallazgo de Schliemann comenzó a difundirse entre el gran público surgieron una oleada de críticas hacia su figura. El principal ataque de los críticos provenía del hecho de que un montículo pequeño como Hisarlik no pudo albergar una gran ciudad como Troya, aunque uno de los aspectos más polémicos fue que Schliemann transportó a Grecia el denominado «Tesoro de Príamo» sin informar a las autoridades turcas, lo que aumentó la duda sobre la veracidad de los hallazgos.
De hecho, Schliemann tuvo que enfrentarse en Grecia a un juicio que le condenó al pago de una fuerte indemnización, pero como muestra de buena voluntad Schlieman depositó una cantidad superior y donó varias piezas de las que descubrió en Troya al Museo de Costantinopla.
Tras Troya, Schlieman decidió excavar en Micenas, yacimiento en el que solo se habían realizado trabajos superficiales. Allí excavó el conocido como «Círculo A», un grupo de 5 tumbas que contenía ricos ajuares y evidencias de contactos con el exterior.
Estas tumbas Micénicas pertenecían a comienzos de la Edad del Bronce, pero lo más importante de los objetos descubiertos es que las espadas de bronce, los carros de guerra o los escudos y cascos de los soldados encontrados en el «Circulo A» eran similares a los descritos por Homero en la Ilíada.
Los últimos lugares en los que Schliemann excavó en Grecia fue en Orcómenos y Tirinto, despues regresó a Troya. Para entonces su experiencia le había hecho mejorar como arqueólogo. Registraba todas las piezas que encontraba y tomaba fotografías, algo totalmente novedoso por aquel entonces.
Las excavaciones de Dörpfeld en Troya
En 1889 Schliemann realizó su última campaña de excavación en Troya, contaba por aquel entonces entre sus ayudantes con Wilhelm Dörpfeld, arquitecto con experiencia previa en Olimpia y que desarrollaría en Troya la técnica de la estratigrafía.
En 1890, en el borde de la colina de Hissarlik, Dörpfeld excavó un edificio que contenía cerámica gris «minia» como la encontrada en Micenas o Tirinto. De ellos se deducía, que si en Micenas, además, se habían encontrado objetos similares a los descritos por Homero, ambos niveles debían ser contemporáneos, por lo que unos meses antes de morir Schliemann descubrió que el nivel que el consideraba el asentamiento que fue devastado por la guerra contada por Homero, Troya II, era en realidad bastante anterior, en concreto unos 1000 años anterior.
En 1983 las excavaciones en Troya prosiguieron. Dörpfeld decidió abrir un corte al sur de la colina y para su sorpresa encontró los restos de una muralla de piedra con varios bastiones y puertas. Además, dicha muralla era más débil en su parte oeste, tal y como contaba Homero en su poema.
También se encontraron edificios amplios que podrían haber sido parte de un antiguo palacio, aunque lo que a Dörpfeld más llamó la atención es que la ciudad tuvo un final repentino y violento. Con estos datos no es de extrañas que Dörpfeld pensase pensase que la Troya VI fuese la Troya homérica.
Los trabajos amaricanos dirigidos por Blengen
La tesis de Dörpfeld fue bastante bien acogida en el mundo científico, sin embargo, entre 1932 y 1938 un equipo de la Universidad de Cincinnati, dirigido por Carl William Blengen, retomó los trabajos en Troya empleando técnicas más modernas. Además durante el tiempo trnscurrido se había aumentado considerablemente el conocimiento sobre la Edad del Bronce en Grecia.
Blengen, con experiencia previa en Grecia, llegó a la conclusión que Troya VI había sido destruida por un terremoto y que tras su destrucción fue reconstruida inmediatamente, por tanto no podía tratarse de la Troya de Homero. Eso sí, la nueva fase, levantado tras el terremoto sí que fue destruida poco tiempo después debido a un fuego, por lo que si que pudo ser la de la guerra contra los griegos.
Ahora bien, como Blengen identificó un mayor numero de estratos que Dörpfeld, lo llamó Troya VIIA, que además era anterior a Troya VIII, una ciudad claramente griega. Para Blengen la primera ocupación del lugar, Troya I, tuvo lugar en el 3000 a. C.
A pesar del entusiasmo de Blengen, no hay ninguna prueba arqueológica de que los atacantes fuesen micénicos. Por otro lado, dató la destrucción de la ciudad entre el 1275 y 1240 a. C., si bien investigaciones posteriores tienen a situar la destrucción de Troya VIIA en una fecha cercana al 1200 a. C., justo cuando se vivió una oleada de destrucciones en todo el Mediterráneo oriental atribuida a los Pueblos del Mar.
El principal crítico de las conclusiones de Blengen fue Moses Finley quien ponía en duda la existencia de la conflagración contada por Homero cuando no se conoce ningún documento histórico que la mencione.
Una nueva visión de Troya
En 1988 Manfred Korfmann consiguió un permiso de excavación en Troya, centrando sus trabajos en la ciudad baja. Mediante una prospección geomagnética, Korfmann descubrió un barrio bajo de impronta anatólica y que se encontraba junto a la ciudadela. En definitiva, Korfmann le dio una visión oriental a Troya que cambió la perspectiva del yacimiento.