Para los antiguos egipcios, tras la muerte el alma comparecía ante un tribunal presidido por el dios Osiris. El viaje al más allá constituía todo un rito.
Una de las principales características de la mitología del antiguo Egipto (civilización que se formó en torno al río Nilo alrededor del año 3150 a.C.) era la creencia en la inmortalidad del alma y la práctica de toda la serie de complicados ritos que ello implicaba.
Todo este especial entramado llevó a escribir al historiador griego Herodoto “que los egipcios fueron los más religiosos de todos los hombres”.
Tras la muerte, comienza el juicio
Para el pueblo egipcio, Osiris viajaba al mundo de ultratumba cada noche. Allí comparecían ante él, y otros dioses auxiliares, las almas de aquellos que habían dejado el mundo terrenal.
Este tribunal interrogaba al alma, y podía ver con perfecta claridad sus obras pasadas. Por su parte, el alma debía defender su causa recitando el Libro de los Muertos, por ello a cada momia se le incluía un ejemplar.
Tras finalizar su defensa, el dios Anubis pesaba en una balanza todo el bien y el mal que el alma había causado y, posteriormente, los dioses Thot y Pacht informaban por escrito a Osiris, juez supremo, para que éste dictase sentencia final.
Si el veredicto era favorable, el alma ascendía, tras nueve años de purgatorio, al entorno celestial. Si el resultado era negativo, el alma estaba obligada a volver a la vida transmigrando sucesivamente al cuerpo de diversos animales a los que llegaba a bordo de una barca. Tras superar diversas vidas, renacía como el ave Fénix en el seno eterno, siempre y cuando el cuerpo o Ka no se hubiera corrompido.
Para evitar la descomposición del cuerpo, los egipcios se convirtieron en auténticos maestros del embalsamamiento.
El arte de la momificación
En un principio, sólo los faraones tenían derecho a participar en la vida futura, pero al llegar el nuevo imperio todos los egipcios esperaban vivir en el más allá, y preparaban, de acuerdo a sus posibilidades económicas, su tumba y su cuerpo.
El embalsamamiento de las clases superiores era realizado de forma mucho más rigurosa. Según explicaba Herodoto, primero les sacaban los sesos por la nariz mediante un hierro y una serie de drogas que introducían en la cabeza.
Posteriormente abrían el bajo vientre para extraer los intestinos, que guardaban en una vasija llena de aceite de palma. Rellenaban la tripa con hierbas aromáticas, para a continuación coser el cuerpo con el mayor de los cuidados.
Tras desecar el cuerpo con sal natrón durante setenta días, lo lavaban y envolvían con tiras de tela de algodón engomadas. El cadáver ya estaba listo para ser introducido en un sarcófago con forma humana y ser entregado a sus familiares, que lo instalaban de pie en una sala destinada exclusivamente a él.
Todo el proceso de embalsamamiento se realizaba junto al río Nilo, ya que precisaba de agua en abundancia. Además, el único órgano que no se tocaba era el corazón, ya que era el lugar donde moraban los sentimientos, la conciencia y la vida.
Ofertas más económicas
Existía un método menos costoso, mediante el cual se le inyectaba al cadáver en el vientre un licor procedente del cedro, y se le taponaban todos los orificios. Tras sumergir el cuerpo durante setenta días en natrón, se hacía salir del vientre el líquido inyectado con tal fuerza que expulsaba todas las entrañas del interior.
En el caso del embalsamamiento de los más pobres, se introducía un purgante en el cuerpo y se desecaba durante los setenta días reglamentarios.
Pero todos los procesos de momificación para el viaje a la vida de ultratumba, independientemente de su coste, contaban con un ritual común. Entre los vendajes del fallecido se incluían los objetos más queridos por el difunto, como amuletos o joyas, además de instrumentos de la profesión que hubiese ejercido en vida para volver a utilizarlos el día de la resurrección.
Y, lo más importante, entre las vendas se intercalaba una serie de tiras de lino que recogían los textos de El Libro de los Muertos, vital para poder defenderse en el juicio final.
Fernando
Me llamo Fernando Espejel y soy doctor en Estudios del Mundo Antiguo por la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad Complutense de Madrid. Me apasiona todo lo relacionado con la arqueología del Próximo Oriente y he participado en diversos congresos nacionales e internacionales.